La naturaleza arbórea no siempre es amable. Los árboles tienen derecho a defenderse de sus incontables enemigos con el hándicap de su inmovilidad. Si le pregunta a un árbol le dirá que correr es de cobardes.
Esta obra es un homenaje a su autodefensa y a todos los árboles que jamás pondríamos en nuestro jardín.
Como escultura traspasa los límites del sentido común de cualquiera que se proponga adquirirla, huye de la belleza innecesaria, no pretende atraer, pretende disuadir, es su esencia, se aferra a la supervivencia en solitario y quiere que la dejen en paz, que no la molesten.
Ramas afiladas como agujas, coraza de alambre de espino como follaje y un tronco cubierto de cardenillo invitan a la precaución y a mantener distancias.
La naturaleza arbórea no es sutil cuando avisa de un peligro. Ha crecido en un mundo en el que otros árboles pretenden ocupar su lugar, los animales comérsele vivo y las plagas asolarlo sin piedad. Las señales son inequívocas.
Con su observación a una distancia prudente puede recordarle a un átomo o el hongo formado por una explosión nuclear, pero son solo imaginaciones suyas. Pura aprensión. Los humanos somos personas civilizadas, el culmen de la evolución, nosotros dialogamos para resolver nuestras diferencias.
Aleje esta escultura de sus mascotas, de sus hijos, de sus invitados y de Ud. mismo excepto… que sea consciente de la hostilidad intrínseca del mundo natural y quiera utilizar este bonsái para ilustrar el concepto y contar la historia de por qué somos como somos y de cómo hemos llegado a estos extremos, eso sí, protegido tras el grueso cristal de una vitrina.